Hace menos de dos años que decidí hacer deporte regularmente para evitar el insano vicio del tabaco. Opté por el gimnasio, pero me distraía fácilmente. Luego pensé que lo mejor era algo al aire libre y cambie al running, pero era aburrido y no venía bien a mis rodillas. Por fin, me decidí por la bicicleta, y siempre he sabido que fue una decisión equivocada. Podría haber elegido la petanca, el mus, el golf o cualquier otro de menor exigencia física. Pero no. Decidí subir mis casi 115 kilos en lo alto de una bicicleta. Y empecé a pedalear. Al principio 10 o 15 km me parecían suficiente, pero cada vez iba necesitando más. Gracias a esta afición he conocido
gente maravillosa. Ayer me acordé de
todos ellos. Quizás fuera por el tremendo calor o por el estado de trance en que llegué a estar en ciertos instantes, que tuve tiempo para

recordar muchos momentos compartidos con los amigos de la bici.
Gratos momentos. En un duro trazado de subibajas, con mucho calor, polvo, soledad, cansancio, sed, campos de cereal y girasoles, moscas y mosquitos de kilo y medio... Pero lo peor, creo yo, es
luchar contra uno mismo. Cuando tu cabeza te dice ¡PARA! y un instante después te dice ¡PA’LANTE! Creo que esta lucha es lo más duro de este deporte. Muy por encima de la exigencia física. O quizás vaya inexorablemente unido lo uno a lo otro. A pesar de nuestra filosofía cicloturista, ayer había en ManteKaBiKe un componente
competitivo que nos empujaba hacia la meta. Ese era mi objetivo y lo conseguí. A pesar del cansancio y de algún problema físico, durante los 30 últimos km. ni se me pasó por la cabeza abandonar. Con las palabras de ánimo de los colaboradores y animándonos unos a otros, los del
furgón de cola íbamos ganando terreno. Fueron los momentos más
duros y emotivos. En mi cabeza siempre
mis hijas y mi mujer, que no me puso pegas para asistir, a pesar de verme la noche antes vomitando y con un dolor de cabeza que pensaba que se me escapaba, debido a un corte de digestión.
¡Gracias Churri!. Y por fin la llegada a Sanlúcar. El recorrido por las calles. La gente animando, un

nudo en la garganta y los ojos húmedos de lágrimas. La entrada en meta junto al amigo
Fran del Puerto. El abrazo con mi compa,
Josemaría. Una sensación única e indescriptible al alcanzar el objetivo. Una sensación que espero se repita muchas veces. Al llegar a casa,
mi hija Lucía me preguntó, como siempre, si había ganado. Y aunque es pequeña le expliqué que, a pesar de no tener la copa, había ganado algo mucho más importante: la
autoestima y la superación de los propios límites. La sensación de éxito, es diferente de la impresión de éxito que causamos a los demás. Sólo depende de la manera en que concebimos nuestras personales circunstancias. Todo lo que te propongas está a tu alcance aunque nadie más que tú sepa que lo has conseguido. Y para mi, llegar, fue
un éxito.